La huida del mundo real

Que mal rollo me da este sol en febrero cuando deberíamos estar muriéndonos del frío. No obstante, después de terminar varios asuntillos pendientes, me encamino por una calle vallecana en busca de algo que quizá ya tengo, mi paso es firme y siento ciertas convulsiones de emoción alegre mezcladas con los grises panoramas que le rodean a la finalización de mi relación laboral actual, pero también porque justo antes de salir, he tomado un libro de la biblioteca de mis padres (que ahora es mía, vamos, que está en casa), y leo el motor de mis días, los de siempre, los de ahora y los del futuro, lo sé:

“Comer primero, luego la moral”
(B. Brecht, La ópera de los tres centavos. 1928)

Y, claro, pienso en toda la mentira de la democracia de este capitalismo globalizado, donde los discursos sobre las libertades morales, se superponen a la valoración de los derechos civiles y laborales, de las personas que habitamos los distintos países de esta aldea global. Señores: sin pan no hay democracias. Están las dictaduras de la moral, de la moral burguesa que pretende que nos relacionemos con el mundo de una manera metafísica, mediante lírica oscura para que olvidemos que se derraman toneladas de petróleo, se invaden países, se explota fuerza de trabajo y se orientan opiniones. Un mundo donde no existen los negros, los indios, las lesbianas es más que un mundo restrictivo, porque se manipula su existencia para la supervivencia y la hegemonía de la clase que domina, luego, sí existen los negros, los indios y las lesbianas para que cocinen, construyan o escriban poemas para dar color al lienzo yermo de la esclavitud.

Señores: Comer primero, luego la moral!