La huida del mundo real

Yo soy la mina, la veta, el camino, el huésped y el palacio...

[Déjame besarte porque me gusta, me gustas.]

Los días agónicos me asfixian y mis ojos crecen, se disparan... ya sabes, no puedo estar al final de este mundo donde hay tantas cosas que se estrellan, este mundo que, ahora, es América: cabezas alimentadas por sangre irlandesa en un inmenso corazón inglés.
Cómo puedo decirle a cualquiera los larguísimos minutos en que pienso en ti y me asombra y respeto tu sentimiento de impotencia, que yo también lo tengo; cómo puede alguien ser capaz de entender cómo sentimos?
Crepitan los diques perezosos, la presión está al reventar, lenta, fría oscura, la fuerza del río pesa y la sangre contenida me sale en borbotones de palabras que tú las aceptas en clave de generosidad. No estoy avergonzado, no necesito pedir perdón, regresemos a Candem y perdonemos a ese Jesús absurdo que nos ha dado lo que ha podido, no lo que le hemos pedido; despierta, ya es lunes! Otra vez estamos juntos, a nuestra manera, menos que mañana pero más que ayer. Y no, no lo sabía, no quiero enterarme de que esto no puede durar; no quiero ni por asombro pensar en ser el primero de la pandilla en morir, no lo hago (ni auque Eros sea hermano de Tánatos y ambos compitan con Hermes).

Tú, tú si que eres la mina, mi mina.

*A propósito de un secreto que me dió un cartero de correos, ponía un deseo de amor y un disco de Morrissey

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