La huida del mundo real

Blog de poesía y política

5.24.2006

Fugacidad

Ya anochecía y esta pobreza que nos obligó a cargar con las cosas de la mudanza a pulso, nos hacía felices y nos ahogaba al tiempo en esa cuesta de la calle Atocha.

Resoplando -ahogado y radiante-, paré y apoyé el somier de nuestra cama y tú, enamorado y sonriente me decías:

-¿Qué te pasa, quiteño? ¿Sabes que te quiero?
¿Sabes que me enterneces, así, cuando arrugas así la nariz?

Y suavemente me pasaste la mano por la nuca, en un gesto que tampoco alardeaba de amor en público, tal vez de aprecio y ternura simplemente; pero, de pronto, una mujer muy mayor, se apareció por detrás nuestro; llevaba un pañuelo en la cabeza y sobre el pañuelo un sombrero, blanca su piel y una chaqueta en el brazo que señalaba claramente la época de entretiempo que sobrellevábamos en Madrid; se acercó hablándonos y despertándonos de nuestro cansancio y mimo:

-¡Pero no sigáis, por favor, que es que dais envidia, me dais envidia!- Yo le miré atento y agucé un poco más la escucha interesándome por sus palabras de loca sabia, de vieja y mujer, de transeúnte perdida: -¡Sois muy afortunados, y hacéis muy bien; no sabéis lo bien que hacéis y lo que no se podía hacer antes, lo que yo no pude hacer antes!

Y se fue. Apenas te regresé a ver una décima de segundo para encontrarte paralizado en sonrisa mientras yo sólo pude agachar mi cabeza cansada y hundirla ente mis brazos y ponerme a llorar.

Llorar de cansancio y alegría,
resoplando por las pendientes,
por la vida
con todo el amor que tenía
y que aquella mujer,
amable y sabia,
me regaló en la fugacidad de una tregua
mientras cargábamos la cama que nos reposa y une.

Etiquetas:

:: León Sierra huyó a las, 06:09

0 Comments:

Add a comment