La huida del mundo real

Amanece.

Son nubes entre esponjas
donde yacemos la noche de ayer
y de ayer
y de ayer;
todavía dulce está la boca,
almizcle de amargor y de lectura colgada,
de ojos que no cesan de vestirse de desnudo,
tus ojos,
abren la pregunta que disfrutamos en Samos:
la cama distendida,
enorme,
pista de dudas que despegan y aterrizan
a por bucles pirotécnicos
en los que los dos jugamos a no ser
cuando somos;
así,
la mañana
se parentetiza entre corchetes con sabores frutales,
tortillas de huevo y brebajes
que ingerimos igual que el placer
cuando es principio y fin de la vida feliz.

La tarde nos atrapa entre filmografías;
ciertos hombres nos hablan al oído:
yo no ceso de escuchar a Salinger, que oculto entre el centeno,
ha visto cómo un niño cuidaba de sus sueños.

Etiquetas: Poesía