La huida del mundo real

Blog de poesía y política

12.28.2006

Las Niñas del Alba



Lejos y descansando horizontal yacen Hans Castorp y Clavdia Chauchat, en el profundo gozo de la estantería, dentro de las hojas aún casi nuevas de La Montaña Mágica. Lejano y tembloroso me han dejado para que me lance a la lectura de esas niñas del alba que jotapé (el autor), ha deslizado entre mis manos, con qué halago, en persona, en un día lluvioso de la única semana lluviosa de este otoño del cambio climático que acarició Madrid, hasta antes de ayer.

Ya he terminado su lectura en la que me he detenido alrededor de una semana.

Diré lo obvio que no por primario es lo más fácil: Llena de ritmo, la novela se cuenta muy apoyada en imágenes de una cosmogonía a caballo entre realismo mágico y narrativa urbana. Un realismo mágico urbano, para ser guillotinantes y bandoleros, y porque, como diría mi abuelo, que hoy haría un nuevo cumpleaños de no ser por la arrojada osadía de un cáncer que nos privó de su humor, estamos entre amigos, esa es la verdad.

No sin menos osadía continuaremos la hazaña, devolviendo impresiones honestas, no francas (qué hermosa es la lengua de castilla con tanto referente semántico, los españoles me entienden).

La obra se teje entre las vidas de mujeres que más que vivir en los treinta años, viven una revisión analítica (psicoanalítica) de esa edad, dibujando una barrera psicológica que se yergue como control migratorio de los que al superarla oteamos desde su mediana altura aquello que se divisa en el pasado ¡ya construido!, de nuestra juventud y con temor, hastío u orgullo entrevemos de lo que queda del día. La anécdota cronológica sirve para desmenuzar la vida de estas mujeres, gay incluido como una más en la paleta del lienzo, que ambienta momentos en colores pasteles y boleros mamberos que sutilmente nos enseñan esas caderas y todas las curvas que se insinúan en cuerpos y conversaciones presentes a lo largo de la novela; y es quizá ésto, su traspié más notorio: la novela no termina de contar nada en lo general, aunque cincela prolijamente los esquinazos más difíciles del decorado interior. Pienso arduamente en otra obra nada aristotélica ni para nada burguesa en lo complaciente con el lector: Jardín, donde Dulce María Loynaz embriaga con la palabra pero cierra mágicamente el todo de lo narrativo, allí donde el lector está al borde del sueño o del aburrimiento; sin embargo, Juan Pablo Castro Rodas, no creo estar seguro de querer dirigir sus pasos hacia la palabra poética como estandarte de una narrativa nueva, donde la forma ciña neurótica a todo devaneo de la historia dramática, tampoco veo lo contrario. Si existió el intento, el autor debió arriesgar más, ya que sus hermosas imágenes coletean aún entre mis sábanas: sueltas, dispares, como peces pescados de un acuario chino.

Era la intención del autor entrar en contacto con la librería Berkana en Madrid, si así lo ha hecho, en pocas semanas recomiendo su lectura. En estas nuevas letras está madurando el germen de un gran escritor.

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:: León Sierra huyó a las, 18:36

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