La huida del mundo real

Blog de poesía y política

7.10.2007

El pez en el agua:
Mario Vargas Llosa
y la Torre de Marfil de un Novelista*

invitado: Fabián Núñez Baquero


El primer pasmo a boca de jarro, pensando en voz alta, le hace a uno exclamar, ¡caray lo que puede el quevedesco Don Dinero! Gracias a los magos de la banca que cumplen 100 años de mover la tómbola del toma y daca monetario, hemos podido ver y oír a Don Mario Vargas Llosa, un héroe de la pluma ficticia y emperifollado de premios y condecoraciones en América y en ultramar. Fuimos al Teatro Nacional de la Casa de la Cultura y ahí no había asiento ni para una pulga porque estaba abarrotado de personas de un nivel social elevado, en eso de teneres y haberes, y ahí casi no olimos, si se exceptúa al escriba de esta crónica, ni lo que se dice un átomo de tufo de pueblo.

Don Mario se encontraba como el pez en el agua, como quien dice con su propia clase social un poco clonada de su propio Miraflores limeño. Así. Luego una introducción del banquero Antonio Acosta que con estilo talvez calcado de Pablo Cuvi, rememoraba nostálgico y empinado que les había costado la bicoca de un año perseguir y conseguir a Don Mario para que venga a decirnos, a cuentearnos, para qué sirve la literatura en la vida. (Fíjense, si a ellos con toda la bola de esta vida y la otra les costó tanto, como será para nosotros los de poncho que no tenemos ni para comprar la portada de una de sus novelas, peor para traerle y mirarle cara a cara). Si no es por ellos jamás hubiésemos conocido al autor de Conversación en la Catedral y amigo del alma de Alberto Montaner, que ni en paz ni en Dios descanse. Y el relato resultó regio, ensoñador y palaciego.

Habló siempre en pretérito, como un retirado de la Plaza Grande que destaca sus aventuras con la sal y pimienta de su experiencia, pero que ni por las mientes se le pasa referirse a los espinosos problemas de la época, de su época de hoy. Puntos sobre las íes a tiempo: no hay para qué remachar que el escriba incásico es uno de los buenos, de no no costara tanto cada sílaba que lanza con una comodidad de califa de la palabra en el reino de las hadas del ensueño. Entonces pasó revista a los modos y formas de cómo la literatura contribuye al desarrollo social, a la realización del hombre, al amor, a la mismísima ciencia y la cojonuda tecnología. Nos recordó- es decir, me recordó- los casos patéticos pero tan manidos de un Dostoyevsky adelantándose a los descubrimientos de Freüd y la psicología respecto a las aberraciones de la personalidad y a los disloques de la pena y la depresión sea de amor, de locura, de violencia o actos delictivos. Volvió a rodar el rollo de la literatura anticipatoria del gran Kafka, sobre todo en lo que se refiere a esa rueda adivinatoria de lo que luego serían los sistemas fascista y burocrático estalinista con el ambiente de pesadilla característico en el escritor checo. Sacó del baúl a Orwell, otro crítico de la burocracia y obstinado paridor de novelas, cuentos y ensayos. Por supuesto no olvidó a Cervantes ni a Tolstoi.

Ni qué decir que la charla acentuó sobre la conquista de la palabra que nos ha convertido en entes superiores a nuestros desmoralizados y efímeros antepasados de las cavernas. Y luego insistió que el invento mayor del hombre ha sido la libertad y el sistema democrático, conceptos lanzados al aire en una desnuda abstracción que pretende esconder las preguntas medulares ¿libertad de quién, para quiénes? ¿Democracia de quién y para quiénes? La literatura según Don Mario sirve para ganar independencia personal (una especie de salvación personal que tanto predican los párrocos protestantes). Y, desde luego, apuntó a su fobia por todos los sistemas totalitarios, las dictaduras sean militares, civiles de izquierda o de derecha, de tendencia religiosa o ideológica. No hizo distinciones. Y el problema más grave de un escritor- y Don Mario lo sabe más que el que esto escribe- es no saber hacer distinciones porque, en esencia, el dominio de la palabra es la capacidad de establecer diferencias. En una especie de caja de sastre dictatorial se ocultó- con mucho tino- para no nombrar a nadie en particular, aunque, claro, en la entrevista que realizó ayer Don Jorge Ortiz, del Canal 4, a Don Mario, éste despotricó contra Hugo Chávez y el levantamiento de la licencia de Radio TV Caracas y sus recelos por la libertad de expresión en América Latina. No tengo ninguna simpatía por Chávez, pero creo que él no sólo tenía el derecho sino hasta la obligación no sólo de no conceder la licencia ya caducada a Radio TV Caracas, sino de enjuiciar y encarcelar a quienes, en complicidad con el imperio, trataron de derrocarlo. Y eso debió hacerlo hace cinco años.

Cuando se refirió con tanta euforia a que la literatura sirve para la independencia, libertad y democracia, contra los regímenes totalitarios y para que los pueblos no sean sojuzgados, confieso que tuve una estúpida esperanza: dije que talvez haya una palabra de sanción para la dictadura genocida de la Administración Bush que ya lleva masacrando a más de 600 mil irakíes, en una carnicería digna de psicópatas como Hitler, Franco o de prepotentes burócratas como Stalin. Pero qué va. Las estúpidas esperanzas mueren al nacer porque en la estupidez no hay esperanza. Pero los pobres tenemos por lo regular esta clase de ceguera esperanzada y todos nosotros mismo nos transformamos al fin en una ciega esperanza. Don Mario, que siempre ha estado acolchonado en su torre de marfil de novelista, no tiene tiempo ni espacio para semejantes denuncias colectivas ni para distinguir cuál ha sido el resultado de la imposición de la democracia en Rusia, donde ahora gracias al saqueo democrático de la propiedad nacionalizada por parte de un puñado de haraganes privatizadores, el pueblo muere de hambre, desempleo y enfermedades curables.

Don Mario habló con tanto aplomo del sistema democrático como el mejor de los mundos posibles que uno no hace más que mover la cabeza y preguntar, preguntar de nuevo: ¿dígame de una sola democracia en cualquier país del mundo, incluido EEUU y Perú, donde no sean los pobres y los trabajadores los que no paguen los platos rotos de una élite que se lleva el Cristo y la limosna y que es la única que tiene dinero, democracia y libertad? Ud contó la anécdota de un Bill Gates pronosticando el exterminio del libro en la hornacina electrónica de la biblioteca virtual, pero no dijo ni una sílaba en cuanto a que por la existencia de billonarios como él miles de millones de seres humanos padecen el infierno de la democracia capitalista basada en la ganancia y en la desigualdad. Uno espera de un escritor una guía y un sentido de salud y fuerza para las mayorías aplastadas por el sistema social que les oprime y que impide que ellas tengan acceso a las más anodinas y sencillas necesidades vitales. Si él no hace eso ¿qué valor moral puede tener su trabajo cuya herramienta es la palabra? ¿ cómo puede atreverse a reclamar lectores, cultura, adelanto social? Si él no se conmueve ante un genocidio, entonces no puede tener la avilantez de proclamar que la literatura mejora la sensibilidad y la vida de los pueblos.

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*Sobre la invitación de un banco ecuatoriano al escritor peruano.

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:: León Sierra huyó a las, 11:17

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